ORIGEN MOVIMIENTO OBRERO

El movimiento obrero durante el Sexenio

Si la gravedad de la crisis industrial y agraria de los años 1864-1868 había propiciado el éxito de la revolución, los años siguientes se caracterizaron por una lenta recuperación económica. La tendencia a la baja de los pre­cios internacionales coincidió con el despegue de algunos sectores. Las innovaciones técnicas hicieron rentable la exportación del hierro vizcaí­no y asturiano, lo que impulsó la minería. También en esta etapa se ini­cia el crecimiento de la siderurgia vasca, cuya producción era más competitiva que la del hierro andaluz. Comienza tam­bién por entonces el auge de la exportación de vinos, derivado de los ini­cios de la plaga de la filoxera en Francia. Y se produce igualmente una recuperación lenta de la industria textil catalana. Los efectos del arancel librecambista de Figuerola comenzaron a apreciarse en el comercio español a partir de 1872, a pesar de la existencia en el Norte de la gue­rra carlista y de los efectos perjudiciales de la insurrección cubana. Por lo demás, los salarios no parecen haber experimentado una varia­ción significativa respecto a los de la década de 1860.
Esta evolución positiva, a partir de 1869, viene a demostrar que las causas de las tensiones sociales que se desencadenaron durante el Sexenio no hay que buscarlas en un empeoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores, que no se produjo. La revolución desató las esperanzas de obreros y campesinos que creyeron que se iniciaría un proceso de conquistas sociales. La detención del proceso revolucionario, el mantenimiento de las quintas y la simple sustitución de los consumos, y más tarde el triunfo de la opción monárquica al aprobarse la Constitución de 1869, trajeron dos consecuencias: la separación definitiva del movimiento obrero, respecto de los partidos demócrata y republicano, y la rápida implantación en España de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT).
En octubre de 1868 llegó a España Giuseppe Fanelli, un miembro de la AIT enviado por Bakunin con el objetivo de organizar la sección española de la Interna­cional. Fanelli estableció dos secciones, una en Madrid y otra en Barce­lona. El Centro Federal de Sociedades Obreras de Barcelona, que agrupaba ya más de 30 sociedades formaba el grupo más sólido del país. Su secretario general, Rafael Farga Pellicer, asistió al Congreso de la Internacional en Basilea, donde contactó con Bakunin. Mientras, aparecieron nuevos diarios obreros, entre los que destacaron La Federación de Barcelona y La Solidaridad de Madrid. Al mismo tiempo, las huelgas y protestas se extendían por todo el país, con especial viru­lencia entre los jornaleros andaluces. Muchos de sus líderes comenza­ban a desmarcarse del movimien­to republicano, que consideraban burgués.             
En junio de 1870 se celebró en Barcelona el primer Congreso de la Sección española de la  Internacional, al que asistieron unos 90 delegados en representación de unos 30.000 afiliados. El Congreso regu­ló la organización de secciones y federaciones de oficios, y fijó objeti­vos sindicales. También estableció un Consejo Federal en Madrid, y la mayoría catalana impuso la orientación anarquista, de no colaboración ni alianza con las fuerzas políticas burguesas. 
En la primavera de 1871, ya bajo el reinado de Amadeo de Saboya, y cuando los trabajadores españoles preparaban su segundo Congreso, después de un invierno de continuas huelgas y conflictos sociales, sobrevino la insurrección de la Comuna de Paris. El impacto que la revo­lución causó en las clases medias y en los grupos dirigentes europeos fue enorme, y en España se tradu­jo en una serie de medidas represivas contra la AIT Se prohibieron las reuniones y las huelgas, se cerró La Federación y La Solidaridad, y fueron detenidos varios líderes de la Sección española, mientras el Consejo Federal se instalaba en Lisboa. En difíciles condiciones se celebró la Conferencia de ­Valencia, en la que apenas un puñado de delegados ratificó una línea claramente inclinada hacia el anarquismo.
La política represiva del gobierno de Sagasta continuó con la presentación de una proposición para ilegalizar la AIT en octubre. El largo debate en las Cortes reflejó perfectamente los diferentes puntos de vista de los grupos dirigentes (Sagasta y Cánovas) y los representantes de la izquierda  que defendieron la organización (Pi y Margall y Castelar). En noviembre, finalmente, las Cortes declararon ilegal a la AIT. No obstante, la  impugnación de la fiscalía ante el Tribunal Supremo,  por considerar que la norma no era constitucional, impidió su aplica­ción inmediata.
En el Congreso de Zaragoza, celebrado en abril de 1872, se impusieron una vez más las tesis anarquistas defendidas por los delegados catalanes, aragoneses y valencianos.
Por otra parte, en diciembre de 1871 había llegado a la capital el diri­gente de la Internacional Paul Lafargue, partidario de Marx. Entró en contacto con el núcleo madrileño, cuyos principales miembros (Pablo Iglesias) acepta­ron sus tesis. Tras el Congreso de Zaragoza, en junio, los líderes mar­xistas madrileños fueron expulsados, y un mes más tarde fundaron la Nueva Federación Madrileña, que pronto se convirtió en la sección española del ala marxista de la AlT, con La Emancipación como órga­no de prensa. 
Al comenzar 1873 la Internacional española contaba con más de 25.000 afiliados, un tercio de los cuales pertenecían a las federaciones catalanas. Estaba claramente implantada entre los obreros textiles, construcción y las artes gráficas, con varios miles de afiliados. Menos importantes eran las federaciones campesinas (salvo en Andalucía) de ferroviarios y de mineros. Entre los dirigentes, había una mezcla considerable entre hombres de procedencia obrera e intelectuales de clase media, estos últimos de ideología más radical y próxima al anarquismo.
La proclamación de la República provocó una oleada de manifes­taciones y huelgas que forzaron a unos empresarios atemorizados a hacer concesiones importantes en horarios laborales y salarios. Una vez más, Barcelona actuó como punta de lanza del movimiento rei­vindicativo. En Andalucía las movilizaciones se tradujeron en ocupaciones de tierras y en asaltos indiscriminados, aunque en la mayor parte de los casos los jornaleros actuaron al margen de las consignas de la AIT. Pero los sucesos más graves se produjeron a partir del 7 de julio en Alcoy, donde los obreros hicieron una huelga general en reivindicación de menor duración de jornada y subidas salariales. El  alcalde y la Guardia Civil se enfrentaron a los huelguistas que sitiaron la casa consistorial. También en Barcelona se produjo una huelga general el 14 de julio.
Simultáneamente, estalló la sublevación cantonal, un movimiento de los republicanos federales radicales, que no contó con el respaldo de los dirigentes de la AIT. Sin embar­go, muchos obreros internacionalistas participaron activamente en la insurrección (Sevilla, Málaga, Valencia y Sanlúcar de Barrameda). Esa participación fue utilizada por los sectores conservadores para presentar la insurrec­ción cantonal como un movimiento revolucionario, e incluir a la AIT en la subsiguiente represión. Tras haber sofocado la insurrección, el gobierno de Serrano decretó, el 10 de enero de 1874, la disolución de la Internacional. Para entonces, la mayoría de los dirigentes, tanto de la AIT como de la Nueva Federación socialista madrileña, había pasa­do a la clandestinidad.
En conjunto, el Sexenio significó una etapa de clara toma de conciencia política y organizativa para el movimiento obrero español, a través de su adscripción a la Internacional, así como el momento de asimilación de las principales corrientes ideológicas que existían en el mundo obrero europeo. Específicamente, trajo consigo la introduc­ción del anarquismo y del marxismo, y el principio de su implantación en determinadas regiones españolas: Cataluña, Aragón, Levante y Andalucía, en el caso del primero, mayoritario, y Madrid, Valencia y Sevilla, en el caso de la corriente socialista.