DESAMORTIZACIONES Y CAMBIOS AGRARIOS

Proceso de desamortización y cambios agrarios.

Introducción.
1. Antecedentes históricos.
2. Las desamortizaciones de Mendizábal.
3. La Desamortización de Madoz.
4. Cambios agrarios.
5. Valoración y consecuencias.
6. Conclusión.

Introducción
Las medidas desamortizadoras constituyen un fenómeno que hay que considerar en bloque, desde las medidas que se llevaron a cabo en este sentido durante el reinado de Carlos III, hasta la ley de Madoz en 1855. La desamortización eclesiástica de Mendizábal fue la más importante de todas las que se realizaron dentro de un amplio proceso que culminará a finales del siglo XIX. El término «desamortización» se refiere al acto jurídico mediante el cual los bienes que han estado amortizados adquieren la condición de «bienes libres» y sus poseedores pierden el derecho de propiedad. El Estado es el nuevo propietario y los vende a particulares en pública subasta. Las desamortizaciones del siglo XIX se realizaron para que el Estado obtuviese recursos económicos suficientes para desarrollar una «reforma agraria» necesaria para salir de la crisis económica y financiera en la que estaba el país.
1. Contexto y antecedentes históricos.
La economía española de la primera mitad del siglo XIX era básicamente agraria. Más de la mitad de la renta nacional procedía del sector agrícola y ganadero, ocupando un lugar destacado en las exportaciones los productos agrícolas.
El mantenimiento de la estructura tradicional de la propiedad perjudicó considerablemente el desarrollo de esta actividad económica. Un pequeño número de familias aristocráticas y entidades eclesiásticas poseían grandes latifundios en la mitad sur de la Península. Además grandes extensiones de tierra permanecían incultas por falta de capital o de iniciativa empresarial, estas tierras pertenecían a la Iglesia o la Corona.
Esta estructura de la propiedad explica el retraso en la modernización económica del país. La preocupación por mejorar la productividad y remediar la situación del campesinado se pusieron de manifiesto desde el siglo XVIII (ministros ilustrados como Olavide y Jovellanos).
Los antecedentes históricos:
La agricultura fue uno de los temas más debatidos por los ilustrados del siglo XVIII por los siguientes motivos:
El aumento demográfico provoca la necesidad de incrementar la producción para poder abastecer la creciente demanda.
La subida de los precios de los productos agrícolas en el exterior no permitía solucionar el problema mediante las importaciones.
Los propietarios aumentaron las rentas y los campesinos abandonan las tierras por no poder pagarlas (descenso de la producción).
Los ilustrados, partidarios de la fisiocracia, plantean potenciar la producción nacional para reducir la excesiva dependencia exterior.
Los ministros ilustrados ven que las tierras en poder de la Iglesia, así como las de los municipios o de otras «manos muertas» rendían poco, estaban al margen del libre comercio y además no tributaban al Estado. Olavide y Jovellanos coincidían en la conveniencia de convertir las tierras concejiles, en especial los baldíos, en bienes de «propiedad privada» y así sacarles rendimiento.

Las primeras medidas desamortizadoras que se desarrollan son las siguientes:

Legislación desamortizadora de Carlos III
Sólo se aplicó a los bienes municipales y tiene su origen en la crisis agraria de 1766. El conde de Aranda propuso que los baldíos de los pueblos extremeños se arrendaran a braceros y jornaleros. Esta medida se extendió a todo el reino en 1767. Su fin principal era el beneficio común, el fomento de la agricultura y el facilitar a los braceros terreno propio que cultivar. Esta disposición fue anulada en 1770 por la oposición terratenientes.
Leyes desamortizadoras de Carlos IV
Ante la crisis fiscal, Godoy en 1798 mandó que se enajenasen a beneficio de la Real Hacienda los bienes pertenecientes a hospitales, hospicios, casas de misericordia, de reclusión, de expósitos y cofradías, bajo el interés anual del 3% a los desposeídos. Se inicia así el proceso desamortizador característico del siglo XIX: el Estado expropia los bienes inmuebles pertenecientes a «manos muertas» y los vende. El importe obtenido se destina a la amortización de la deuda del Estado. Frente al planteamiento de los ilustrados del siglo XVIII, desamortizar para la reforma agraria, surge el de Godoy: desamortizar para sanear la Hacienda Pública y acabar con la deuda del Estado.
La desamortización de las Cortes de Cádiz
En 1811 se planteó en las Cortes el problema de la «deuda pública». El Decreto de 1813 establecía que la deuda se pagaría con las rentas obtenidas de las tierras destinadas para tal fin: la de las órdenes militares, de conventos y monasterios suprimidos o destruidos durante la guerra, las de los jesuitas, las de la Inquisición y la mitad de los baldíos y realengos. Las fincas se venderían en pública subasta. Este decreto constituye la primera norma legal general desamortizadora del siglo XIX, pero apenas pudo aplicarse debido al inminente retorno de Fernando VII. Durante el Trienio Liberal (1820-1823) se restableció la legislación desamortizadora de las Cortes de Cádiz.
Las desamortizaciones del siglo XIX
Una de las principales causas de la reforma agraria fueron las dificultades de la Hacienda Pública para obtener ingresos con los que hacer frente a los gastos y al pago de la «deuda» del Estado. La situación de la Hacienda Pública era de crisis permanente debido a las continuas guerras en la que se encontró inmersa España desde fines del XVIII. Uno de los factores que perjudicaba al sistema fiscal existente era que los privilegiados estaban exentos del pago de impuestos.
La pérdida de las colonias, durante el reinado de Fernando VII, además de suponer la desaparición de un mercado seguro para los productos españoles, supuso la desaparición de las remesas de oro y plata. Todo esto unido a la incapacidad de obtener otras fuentes de ingresos, situó a la Hacienda en una posición insostenible.
La necesidad de obtener ingresos para solucionar la «crisis» de la Hacienda y poder llevar a cabo la «reforma agraria» obligó a Mendizábal a desarrollar medidas desamortizadoras. También hay que tener en cuenta la situación de «guerra» en la que aplicaron estas medidas: los liberales dependían de este dinero para ganar.
2. Las desamortizaciones de Mendizábal
La primera preocupación de Mendizábal, desde que llegó al Gobierno en 1835, era el problema financiero. La «deuda pública» era insostenible y el gobierno tenía que hacer frente a los gastos que ocasionaba la «guerra», por este motivo procedió a la liquidación de la deuda mediante la venta a gran escala de los bienes nacionales. En 1835 se suprimían los conventos y monasterios religiosos que no tuvieran un mínimo de doce individuos profesos, aplicándose sus bienes al pago de la deuda pública.
Primera ley desamortizadora
En 1836 se aprobó la venta de bienes raíces que hubieran pertenecido a corporaciones y comunidades religiosas, y la supresión de institutos monásticos, exceptuándose los bienes destinados a servicios públicos, provocando así, la ruptura de las relaciones diplomáticas con el Vaticano. En el mismo decreto se anunciaba la formación de un reglamento para la venta de los bienes, que se hacía para disminuir la «deuda pública» y «entregar al interés individual la masa de bienes raíces que han venido a ser propiedad de la nación, a fin de que la agricultura y el comercio saquen de ellos las ventajas que no podrán conseguir por entero en su actual estado». Mendizábal sabía que favorecer el acceso de los campesinos a la tierra facilitaría una mayor estabilidad social. La medida despertó gran entusiasmo y una gran cantidad de capital entró en circulación, pero los ingresos no fueron los esperados por la condena pontificia que consideró un robo la medida del Gobierno.
Segunda ley desamortizadora
Las esperanzas de Mendizábal de sanear la Hacienda Pública no se cumplieron, por lo que en 1837 publicó su segunda ley desamortizadora. En ella se suprimían los diezmos y se declaraban bienes nacionales sujetos a enajenación casi todos los del clero secular. Pero la aplicación práctica de esta ley fue casi nula porque la enajenación no debía comenzar hasta 1840, y en este año la ley fue suprimida ya que la Guerra había finalizado.
La oposición a Mendizábal: Flórez Estrada
Mendizábal contaba con la oposición de la Iglesia y de la nobleza, pero no esperaba la oposición de algunos progresistas como Flórez Estrada. Se declara partidario de la desamortización, pero no como la concebía el ministro de Hacienda. Su planteamiento reformista era básicamente social. Admitía la desamortización para mejorar la condición de las clases rurales y estaba preocupado por favorecer al proletariado agrario. Su propuesta era arrendar en enfiteusis por cincuenta años las tierras a los mismos colonos que las estaban trabajando para la Iglesia, con la posibilidad de renovar el contrato al expirar dicho plazo. Esta propuesta beneficiaba al Estado porque no perdía la propiedad de las tierras y además podía invertir el importe de las rentas en el pago de las deudas. Al mismo tiempo, Flórez advertía que con las ventas sólo ganarían los especuladores.
Resultado de la desamortización de Mendizábal
Los grandes propietarios y los miembros de la burguesía, poseedores de títulos de la deuda pública, eran los únicos que podían hacerse con las fincas subastadas, por lo que se produce la expansión del latifundismo. La desamortización contribuyó, junto con otras medidas agrarias, a un incremento de la productividad y a hacer frente a los crecientes gastos de la guerra. Pero los gastos eran tan altos que la «deuda pública» aumentó aún antes de terminar la guerra, por lo que no sirvió para cumplir el principal objetivo para lo que estaba planteada: la reforma agraria.
La desamortización de Espartero
Nada más llegar al poder, Espartero proclama la ley de desamortización de bienes del clero secular. Al final de la regencia, el General  llama  a  Mendizábal para ocupar la cartera de Hacienda.
La desamortización de bienes del clero fue una cuestión conflictiva en la disputa entre los moderados y los progresistas, y estuvo centrada, principalmente, en torno a los bienes del clero secular, cuya enajenación fue suspendida en 1840. Con la ley de 1841, Espartero imponía de nuevo la desamortización de los bienes del clero secular, y estaba basada en la segunda ley desamortizadora de Mendizábal de 1837.
Con la caída de Espartero y del gobierno progresista se deroga la ley desamortizadora y el nuevo gobierno moderado restablece las relaciones con la Iglesia y firma el Concordato en 1851.
3. La desamortización de Pascual Madoz
Ante la imposibilidad de salir de la crisis, se planteó en la época del gobierno moderado, la enajenación de las «tierras de propios» de los pueblos como solución al problema. No es extraño, pues, que los progresistas, al llegar al poder con la revolución de 1854, decidieran emprenderla.
Las circunstancias eran distintas a las de 1836, pues no había guerra civil y los presupuestos se iban cubriendo. La ley de 1855 de Pascual Madoz iba dirigida a la desamortización general de los bienes del clero, del Estado, de los municipios y de otras «manos muertas» de menor entidad. La reina no quiso firmar la ley por el perjuicio que ocasionaba a la Iglesia. Al infringir lo establecido en el Concordato de 1851, las relaciones diplomáticas entre España y el Vaticano se enturbiaron, motivo por el que la desamortización de bienes civiles supera al de los bienes eclesiásticos.
El importe de las ventas se destinaría a nivelar el presupuesto del Estado y a financiar obras públicas. La mayor parte del dinero recaudado sirvió para subvencionar a las compañías ferroviarias. El gobierno de Narváez suspendió la ejecución de la ley Madoz en 1856, pero con la vuelta de O’Donnell en 1858 se restableció por la necesidad imperiosa de ingresar fondos, aunque excluyendo los bienes de la Iglesia.
En la ley de 1860 el gobierno español prometía a la Santa Sede no hacer ninguna venta de bienes eclesiásticos sin el consentimiento de la Iglesia, reconocía la capacidad de ésta para adquirir y usufructuar en propiedad toda clase de bienes, igualmente declaraba derogada la ley de Madoz en tanto y cuanto se opusiera al texto del Convenio.
4. Los cambios agrarios en la España de siglo XIX.
La economía española durante el reinado de Isabel II y durante todo el siglo XIX se caracteriza por el estancamiento. La población aumentó y la producción de alimentos se desarrolló a lo largo de estos años de una forma precaria para abastecer a la creciente demanda. A pesar de que se dieron algunos progresos, en comparación con otros muchos países de Europa, la economía española no tuvo el mismo desarrollo.
Desde el punto de vista de las transformaciones agrícolas, se puede afirmar que todos los cambios que se introducen desde el punto de vista legal a lo largo de la primera mitad del siglo XIX no se tradujeron en innovaciones en las técnicas agrícolas, porque los nuevos propietarios prefirieron mantener los sistemas de explotación en vez de invertir en mejoras. Por eso el rendimiento de la tierra no aumentó, y sólo se incrementó la producción debido a la puesta en cultivo de más tierras después de la desamortización. Incluso bajó el rendimiento medio por unidad de superficie, porque las nuevas tierras cultivadas eran de peor calidad.
La desamortización y la revolución liberal también provocaron la decadencia de la cabaña ganadera, en parte porque muchas de las tierras que habían servido de pastos se cultivaron, pero también porque se introdujeron especies laneras que eran más rentables y productos textiles más competitivos. El resultado fue que la ganadería lanar experimentó un decrecimiento importante, tanto en número de cabezas como en las tierras dedicadas a pastos. También disminuyó el abono natural aportado a la tierra, lo que contribuyó a hacer descender los rendimientos.
Aunque aumentó el cultivo de patata y maíz, especialmente en el Norte, el trigo y otros cereales siguieron siendo los productos fundamentales y la base de la alimentación de la gran mayoría de la población, que tenía unos salarios muy bajos. La población agrícola se mantuvo en permanente amenaza de hambre a causa de malas cosechas o de plagas. La mayor parte de los sueldos iban destinados a la alimentación en general y esto afectó a los negocios industriales y financieros por falta de demanda de productos.
Los gobiernos moderados, que defendían los intereses de los propietarios de tierras, realizaron una política comercial proteccionista para garantizar la venta a precios elevados de la producción, reservando para ello el mercado nacional. El resultado es que, en años de buenas cosechas, los precios se mantuvieron relativamente altos al no haber competencia exterior ni un mercado nacional suficientemente articulado (no existen buenas comunicaciones entre los distintos puntos del país), mientras que en años de malas cosechas los precios se disparaban. Los propietarios acumularon enormes ganancias pero no las invirtieron en la mejora de las tierras.
A pesar de todos los cambios agrarios que se realizan en la primera mitad del siglo XIX estamos ante una agricultura estancada que no suministra mano de obra a la industria, ni mercado suficiente para los productos fabriles, ni los capitales necesarios para invertir en la renovación industrial. La agricultura se constituye como un freno para el desarrollo de los demás sectores productivos.
5. Consecuencias y valoración de las desamortizaciones.
La importancia real de las medidas desamortizadoras es una cuestión discutida, no sólo por el dinero que aportó al Estado, o por la superficie desamortizada, que fue considerable, sino porque fue una medida que afectó a otros aspectos de la vida social y económica del país.
Pudo haber sido una verdadera reforma agraria que estabilizase la suerte del campesino castellano, andaluz y extremeño, pero se limitó a ser una transferencia de bienes de la Iglesia a las clases económicamente más fuertes, tal y como expuso Vicens Vives. Las desamortizaciones fueron una gran oportunidad perdida para repartir las tierras a los campesinos y transformar las bases de la agricultura española. La desamortización de Mendizábal sólo sirvió para salvar al gobierno de la bancarrota y ayudarle a ganar la «guerra civil». La desamortización de Madoz sirvió para financiar la construcción de la red ferroviaria.
En el terreno económico y social sólo sirvió para acentuar el latifundismo y empeorar la situación socioeconómica de los campesinos. Se eliminó la propiedad comunal, lo que agrava la situación económica de los campesinos. Esto forzó a una parte de la población rural a emigrar a las ciudades (éxodo rural) profundizando en el proceso de proletarización del campesinado.
Provocó un reforzamiento del latifundismo en Andalucía y Extremadura. Las tierras y las fincas urbanas fueron a parar a los antiguos terratenientes, a los nuevos inversores de la burguesía financiera, industrial o profesional, a especuladores e intermediarios. Los campesinos no recibían información de las subastas, no sabían pujar o no tenían dinero para hacerlo.
Se produjo un desmantelamiento casi completo de la Iglesia y de sus fuentes de riqueza. El diezmo fue suprimido en 1837. La Iglesia había dejado de ser el estamento privilegiado aunque conservaba gran influencia en la sociedad por medio de la educación que casi monopolizaba.
La desamortización benefició a quiénes pertenecían a la élite financiera y comercial y buscaban consolidar su prosperidad económica con la compra de bienes inmuebles.
Conclusión
El proceso desamortizador del siglo XIX en España fue un intento de profundizar en una reforma agraria necesaria desde el siglo XVIII. La crisis económica y financiera del país obligaba al Estado Liberal a recurrir a una reforma de la principal actividad económica del país. La falta de capital y de interés de los propietarios dificultaba las mejoras en la productividad agraria, por lo que fue necesario desamortizar aquellos bienes que estaban en régimen de «manos muertas» y no se explotaban convenientemente.
La agricultura vivió una profunda reforma basada en la abolición del régimen señorial, la supresión de los mayorazgos y las grandes desamortizaciones de Mendizábal y Madoz. Con este conjunto de medidas se liberalizó la agricultura, permitiendo que la tierra pudiera circular libremente en el mercado, y se eliminaron los frenos que impedían el desarrollo de una agricultura capitalista dirigida al mercado. La mayor parte de la tierra pasó a manos de propietarios privados individuales.
Los aspectos coyunturales entorpecieron la consecución de los objetivos propuestos en todo el proceso desamortizador del siglo XIX. Se produjeron cambios sociales y económicos, pero si los analizamos detenidamente, no fueron todo lo favorables que cabría esperar, por el contrario, habría que establecer aspectos negativos como el empeoramiento generalizado de la situación del campesinado en la mitad sur peninsular y el aumento del latifundismo, además de no conseguir los resultados esperados en el inicio del proceso de industrialización.