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SEXENIO REVOLUCIONARIO

El Sexenio Revolucionario (1868-1874): intentos democratizadores.

Introducción
1. La revolución de 1868: «la Gloriosa».
2. La etapa del Gobierno Provisional (1869-1870)
3. El  reinado de Amadeo de Saboya (1871-1873)
4. La Primera República española (1873-74)
5. Conclusión.

Introducción
En el periodo que transcurre entre 1868-1874 se suceden rápidamente hechos como la Revolución de 1868, el Gobierno Provisional y la elaboración de la Constitución de 1869, la monarquía de Amadeo I, la Primera República y el gobierno autoritario de Serrano. A pesar de esto, el período se entiende como un bloque, en el que se produce la consolidación del régimen liberal en España.
Este periodo coincide con una serie de acontecimientos históricos que se desarrollan en Europa, como el proceso de unificación de Italia y Alemania, el auge del movimiento obrero (AIT), el estallido de la Comuna de París (1871),... acontecimientos que influyeron en la historia de nuestro país.
1. La Revolución de 1868: «la Gloriosa».
Las causas de la revolución de 1868, que puso fin al reinado de Isabel II, se remontan a 1863 y son muy variadas. Podemos dividirlas en dos grupos: económicas y políticas, aunque ambas están relacionadas.
La situación económica se había ido deteriorando a partir de 1864. Se unieron la crisis de la industria textil, la de la construcción ferroviaria, el hundimiento de las Bolsas, la bancarrota de la Hacienda y una crisis de subsistencia por las malas cosechas (1866-1867). La consecuencia de esta situación fue el descontento generalizado entre los grupos dirigentes, que comprendieron que la política isabelina no les convenía, y la clase obrera, sumida en el paro, el hambre y la impotencia derivada de tanta represión gubernamental.
En 1868 casi nadie defendía la causa isabelina. La Reina se había ido apoyando alternativamente en los gobiernos conservadores de O’Donnell y Narváez, cuya única política consistía en el mantenimiento del orden y del sistema conservador de la Constitución de 1845. A los progresistas, encabezados por Prim, se unían ahora los demócratas y los republicanos, que veían en el advenimiento de una República el cambio decisivo hacia la democratización del país. Los dirigentes obreros también veían en la «revolución» la posibilidad de sacar adelante sus reivindicaciones. Al Pacto de Ostende, firmado por progresistas y demócratas, acabaron por sumarse los unionistas en 1867, tras la muerte de O’Donnell, convencidos de la inviabilidad del régimen isabelino.
Grupos sociales que apoyaron la Revolución:
Los grupos financieros e industriales apoyaron la revolución porque el régimen isabelino era incapaz de solucionar la crisis económica y crear un clima propicio para los negocios.
Algunos miembros de la oligarquía terrateniente apoyaron la idea del cambio como posible solución al desorden social.
Entre los militares, el recuerdo de la matanza del Cuartel de San Gil (1866) empujó a muchos de ellos a apoyar la conspiración.
Las masas populares apoyaron decididamente el pronunciamiento por el paro existente, la miseria y la indignación por la corrupción generalizada de los gobernantes.
En realidad, «la Gloriosa» no fue una revolución popular, sino uno más de los pronunciamientos militares de la época, encabezado por los generales Serrano, Prim y Topete. El apoyo popular vino después, cuando los partidos organizaron Juntas Locales y Provinciales, entregaron armas a la población y organizaron a los llamados «Voluntarios de la Libertad».
El día 17 de septiembre el almirante Topete se sublevó en Cádiz, el General Serrano derrotaba a las tropas gubernamentales de Narváez en Alcolea y el día 29 la Reina atravesaba la frontera camino del exilio.
Pronto se demostró que los conspiradores no pretendían realizar una «revolución social». Su objetivo principal era acabar con el régimen isabelino, por este motivo las primeras medidas del Gobierno Provisional, presidido por Serrano, fueron encaminadas a restablecer el «orden social», disolviendo  las Juntas locales y  reclamando a los «voluntarios de la libertad» la devolución de las armas.
La Junta revolucionaria de Madrid procedió a autodisolverse e invitó a las demás a hacer lo mismo, aunque muchas de ellas se resistieron, conscientes de que significaba el fin de la revolución, pero una tras otra acabaron cediendo. A comienzos de diciembre la «normalidad institucional» era completa, y el gobierno pudo convocar elecciones a Cortes Constituyentes (sufragio universal masculino para mayores de 25 años, apenas un 24% de la población total).
La Constitución de 1869
La campaña electoral se desarrolló en medio de la polémica sobre la forma de Estado: Monarquía o República. Los representantes de la Unión Liberal y del partido Progresista, que eran mayoría en el gobierno, eran partidarios de la Monarquía. Los representantes del partido Demócrata estaban indecisos. Pese al apoyo explícito del Gobierno a la opción monárquica, la campaña transcurrió con plena libertad de opinión y de prensa. El censo se amplió de 400.000 votantes a casi 4 millones, originando el problema siguiente: más del 80% de la población masculina era analfabeta, lo que facilitó que el voto se inclinara hacia las preferencias de las autoridades locales.
El triunfo correspondió al bloque monárquico, aunque en las ciudades, excepto Madrid, triunfó la opción republicana. Constituida las Cortes, éstas procedieron a elaborar una nueva Constitución. Aprobada en junio de 1869, se estructura en 112 artículos y 11 títulos, siendo la primera constitución democrática de nuestra historia y una de las primeras en Europa.
Características de la Constitución de 1869
Se reconoce la soberanía nacional, próxima al término de popular que los demócratas quisieron insertar, sin éxito, en el texto.
Se establece un sistema de monarquía democrática y parlamentaría en la que el Rey tiene limitadas sus competencias.
La división radical de poderes: el legislativo reside en las Cortes, el ejecutivo corresponde a los ministros, que responden de su gestión ante las Cortes, y el judicial a un cuerpo de jueces independientes. Se regula el acceso por oposición a la carrera judicial.
Exhaustiva declaración de derechos, para evitar posibles restricciones por interpretaciones erróneas. Se establecían como derechos imprescriptibles: la libertad, la inviolabilidad de domicilio, derecho al voto, de residencia, libertad de enseñanza, expresión (se prohíbe la censura), reunión y asociación, siempre que no sean contrarios a la moral pública y no comprometan la seguridad del Estado.
El sufragio universal para los varones mayores de 25 años. El Congreso se elegiría a razón de un diputado por cada 40.000 habitantes, y el Senado de forma indirecta, a través de compromisarios elegibles entre los mayores contribuyentes y las altas jerarquías del Ejército y de la Iglesia. Se mantenía un modelo conservador de Senado, para moderar las decisiones del Congreso.
Regulación de Ayuntamientos y Diputaciones, concejales elegidos por sufragio y éstos eligen a los alcaldes.
Se aprobó la libertad de cultos, a la que se oponían moderados y carlistas, pero también el compromiso del Estado de mantener el culto y clero católicos, contra la opinión de los republicanos.
Por último, se incluía el compromiso de regular la situación de las colonias de ultramar, promesa ya vieja y siempre olvidada.
En su conjunto, la Constitución de 1869 establecía un régimen democrático, apto para incluir en él a todas las fuerzas políticas que habían participado en la revolución, dentro de un orden burgués.
2. La etapa del Gobierno Provisional (1869-1870)
Aprobada la Constitución, el general Serrano fue elegido regente y Prim pasó a dirigir el Gobierno. Intentó unir a los distintos partidos políticos para estabilizar el régimen, desarrolló la Constitución y buscó un candidato al trono. Sus acciones de gobierno más destacadas fueron las siguientes:
Intentar unir a todos los partidos políticos, aunque esto fue imposible. A la oposición republicana se sumaron los sectores más derechistas, ya que el General dispuso un gobierno de mayoría progresista.
Entre 1869 y 1870 se fueron publicando toda una serie de reformas encaminadas a desarrollar la Constitución: Ley de Orden Público, Ley Electoral, nuevo Código Penal, Ley sobre el matrimonio civil [...].
Realizó una reforma de la Hacienda, de los aranceles y del sistema monetario. El Arancel Figuerola (1869) establecía la disminución progresiva de las tarifas aduaneras. Esta política librecambista enfrentó a los industriales, sobre todo catalanes, con el Gobierno. El Decreto de octubre de 1868 otorgaba en exclusiva la función de emitir moneda al Banco de España, instauraba la peseta como nueva unidad monetaria.
Acabar con las revueltas campesinas y republicanas: revueltas campesinas en Andalucía a finales de 1868 y movimientos republicanos incontrolados a partir de 1869.
Pero el gran problema del periodo fue el estallido de una insurrección en Cuba en 1868. El conflicto cubano acabó por hipotecar la Hacienda y la acción de Gobierno en España, obligándolo a multiplicar las impopulares levas y a subir los impuestos, por lo que aumentó la conflictividad social.
En esta situación de inestabilidad Prim emprendió la difícil tarea de buscar un Rey. Se trataba de encontrar una persona de prestigio, de sangre real, que no fuera un Borbón, aunque hubo quien defendió la candidatura de Alfonso (hijo de Isabel II).
El candidato tenía que contar con el respaldo de las Cortes y la aprobación internacional. Esta última condición provocó enormes dificultades durante dos años. Finalmente, el príncipe italiano Amadeo de Saboya, hijo del rey Víctor Manuel, acabó cediendo a las presiones de su familia y aceptó la Corona, en parte gracias a la gestión personal de Prim, su principal valedor. Amadeo desembarca en Cartagena el 30 de diciembre de 1870, momento en el que recibe la noticia del asesinato de Prim. Los autores del atentado pudieron ser radicales republicanos, grupos extremistas ligados a intereses coloniales... e incluso el propio general Serrano. Prim era el principal defensor de Amadeo y era el hombre con mayor prestigio del país. Su ausencia tuvo graves repercusiones en la evolución política de los años siguientes.
3. El  reinado de Amadeo de Saboya (1871-1873)
El reinado de Amadeo de Saboya fue un fracaso completo, por una serie de razones bastante complejas:
El carácter del Rey, hombre tímido, introvertido, que no supo ganarse apoyos en el país.
La ausencia de Prim, el único capaz de mantener unidos al partido progresista y a los demás partidos.
La oposición con la que contó desde el primer momento:
La aristocracia y los terratenientes identificaban la monarquía de Amadeo con el sistema democrático que acabaría definitivamente con su poder. Para ellos, el regreso al régimen borbónico y al sistema de 1845 garantizaba la vuelta a la «normalidad». Apoyaban una Restauración en la persona de Alfonso. Cánovas del Castillo iba fraguando entre ellos el respaldo al joven príncipe.
Los empresarios estaban convencidos de que la política librecambista iba a acabar con el débil sector fabril. También apoyan el retorno de los Borbones (Alfonso XII).
La alta jerarquía eclesiástica no aceptaba el hecho de que un Saboya ocupase el trono español (Víctor Manuel tenía sitiado al Estado Vaticano, tras anexionarse sus territorios en 1870).
Los carlistas, que ganaron simpatizantes al ocupar el trono Amadeo.
Los republicanos, que seguían teniendo un respaldo electoral importante y una gran fuerza en la calle.
En tales circunstancias, los dos años del reinado fueron de permanente inestabilidad política, dando lugar a la renuncia de Amadeo. Tras la muerte de Prim, el partido progresista, hasta entonces mayoritario, se dividió en dos grupos: los Constitucionales de Sagasta (moderados) y los Radicales de Ruiz Zorrilla (reformistas). El único apoyo que tenía el monarca quedaba debilitado en las Cortes.
En 1872 se van a producir una serie de problemas que darán al traste con la monarquía. Al recrudecimiento de la guerra cubana vino a sumarse el estallido de una insurrección carlista en el País Vasco y un nuevo intento republicano por hacerse con el poder. Por otra parte estaba el auge del movimiento obrero. Por último, se produjo un enfrentamiento en el Congreso sobre la abolición de la esclavitud, a la que se negaban los unionistas y los grupos conservadores. En tan difícil situación, Amadeo sólo esperaba el momento propicio para abdicar. Este se presentó cuando el Jefe del Gobierno, el radical Ruiz Zorrilla, se enfrentó a los oficiales del Cuerpo de Artillería (conservadores). Ruiz Zorrilla solicitó al Rey que disolviera el Cuerpo de Artillería, para dejar clara la autoridad civil sobre la militar, pero el Rey se negó, presionado por los generales, y Ruiz Zorrilla presentó una moción de confianza en las Cortes. Al ganarla, el Rey se vio obligado a firmar el decreto, pero acto seguido presentó su abdicación el 11 de febrero de 1873.
4. La primera República española (1873-74)
La República se proclamó la noche del 11 de febrero de 1873. La declaración se hizo infringiendo la Constitución, ya que las Cortes no podía asumir todos los poderes ni proclamar por su cuenta la República. Pero, en realidad, no quedaba otra alternativa tras la dimisión de Amadeo. Los diputados, en su mayoría radicales, votaron a favor de la opción republicana, nombrando Jefe del Poder Ejecutivo a Estanislao Figueras, uno de los líderes más moderados del republicanismo.
Figueras formó un gobierno con republicanos y progresistas radicales. Los radicales eran mayoría en las Cortes y los republicanos, que eran minoría, controlaban el gobierno. El enfrentamiento entre ambos grupos era inevitable.
La primera República llegaba en una situación caótica, con multitud de problemas que no favorecieron en nada a su desarrollo:
A la quiebra financiera del Estado se unía la lenta recuperación del sector agrario, que aún no había superado la crisis de 1866-67.
En el aspecto social, la República contaba con pocos apoyos y además con intereses contradictorios. Para los campesinos y obreros, la República debía realizar una auténtica «revolución social»: reparto de tierras, reducción de la jornada laboral, mejores salarios, la eliminación de los consumos y de las quintas... No es extraño que frente a la República se alinearan los sectores conservadores, temerosos de que los republicanos atentaran contra la propiedad y lo que ellos llamaban el orden social.
En el terreno internacional, sólo los EE.UU y Suiza reconocieron y apoyaron al nuevo régimen, el resto de países la consideran una amenaza porque podría llegar a ser un modelo de revolución social.
En el interior, la mayoría de los partidos pasaron a la oposición: los carlistas, los alfonsinos, los sagastinos apoyando la opción alfonsina, y los radicales tras dos intentos de desbancar al gobierno republicano acabaron por pasarse a la oposición.
La división de los propios republicanos: entre republicanos conservadores/radicales, y entre  republicanos unitarios/federalistas.
En estas condiciones, la República sólo podía ser un fracaso. Tampoco le dieron tiempo suficiente para arreglarlo. En los primeros días se produjeron levantamientos campesinos en Andalucía, que fueron reprimidos por el gobierno, enturbiando la imagen del régimen. También surgieron los primeros focos federalistas, aunque Pi y Margall consiguió que las Juntas revolucionarias se disolvieran. El partido radical intentó dos golpes de Estado para derrocar el régimen, el primero a los quince días de la proclamación de la República. Su fracaso hizo que los radicales abandonasen el gobierno.
Las elecciones de mayo de 1873 les dieron una aplastante mayoría a los republicanos, pero las elecciones arrojan un resultado engañoso. Todos los partidos de la derecha optaron por no participar, y sólo lo hicieron algunos políticos de manera independiente. Con la guerra carlista en el Norte, y con la consigna de abstención también desde la AIT, apenas votó un 40% del electorado, reflejándose el escaso entusiasmo del país hacia el régimen. Tras proclamar la República federal como forma del Estado, las Cortes comenzaron a redactar y debatir el nuevo proyecto constitucional. Mientras, la inesperada dimisión de Figueras, en junio, convirtió en Presidente a Pi y Margall.
La Constitución de 1873.
El proyecto constitucional nunca llegó a entrar en vigor. Sus principales características son:
Establecía una República confederal compuesta de 17 Estados y varios territorios de ultramar, cada uno de los cuales podía tener su propia Constitución.
Dentro de cada Estado, los municipios tendrían su propia Constitución local y su división de poderes entre Alcaldía (ejecutivo), Ayuntamiento (legislativo) y Tribunales locales (judicial).
La misma estructura servía para el Estado: ejecutivo, ejercido por el Gobierno, cuyo Jefe nombraba el Presidente de la República; legislativo, ejercido por las dos Cámaras, ambas de elección directa, con un Senado formado por cuatro representantes de más de cuarenta años elegidos por cada Estado. Y judicial, independiente y presidido por el Tribunal Supremo, formado por tres magistrados de cada Estado.
La Constitución, influida por la estadounidense, daba grandes competencias al Presidente, que ejercería, además, el llamado «poder de relación» entre los otros poderes y entre los Estados confederados.
Incluía una extensa declaración de derechos, similar a la de 1869, pero con una formulación más amplia del derecho de asociación y, sobre todo, con la afirmación precisa de un Estado laico, sin ningún trato preferencial hacia la Iglesia católica, lo que indignó y distanció del régimen a la mayoría de los católicos.
La insurrección cantonal.
La Constitución no llegó a entrar en vigor porque, a partir de los primeros días de julio, el país entró en un proceso revolucionario que acabaría por hundir definitivamente a la República. La huelga general de Alcoy, organizada por la AIT, fue seguida, poco después, por grupos federalistas que se sublevan en Cartagena, proclamando el Cantón. Se proclamaron cantones y se formaron Juntas revolucionarias en Valencia, Málaga, Cádiz, Sevilla, Granada... Mientras, los carlistas, aprovecharon la situación para conquistar las provincias de Albacete y Cuenca, manteniendo bajo su control buena parte del País Vasco, Navarra, interior de Cataluña y Aragón. En esa situación Pi y Margall presentó su dimisión el 18 de julio, siendo elegido por las Cortes, como nuevo Presidente de la República, Nicolás Salmerón.
La presidencia de Salmerón supone el inicio de un giro a la derecha. Se propuso restablecer el orden,  concediendo plenos poderes al ejército para conseguirlo, y generales conservadores, como Martínez Campos y Pavía, acabaron con la sublevación. La Guardia Civil tuvo que aumentar sus efectivos para garantizar el orden. Sólo Cartagena resistiría hasta enero de 1874.
Ante la presión de las clases medias, la burguesía financiera, los gobiernos extranjeros y los generales, Salmerón, contra sus principios, restableció la pena capital. Pero cuando se le pidió que firmara dos condenas para dos líderes cantonalistas, Salmerón dimite.
Emilio Castelar será designado nuevo Presidente, el cuarto en siete meses. Con su nombramiento el giro hacia la derecha se acentúa. La gran mayoría de las clases altas y medias del país aceptaron el cambio en la Presidencia porque parecía el hombre idóneo para acabar con el riesgo revolucionario. Pese a su convencido republicanismo, Castelar era un hombre de mucho carácter y partidario de un Estado fuerte.
Emprendió un programa de refuerzo de la autoridad del Estado apoyándose en el Ejército. Los generales le apoyaron para acabar con la revolución, pero muchos de ellos se declaraban antirrepublicanos y estaban en contacto con los grupos alfonsinos. Castelar consiguió restablecer el orden, gracias al capital recaudado con el apoyo de  los grupos financieros y terratenientes. A finales de diciembre de 1873 se había conseguido detener militarmente el avance carlista y prácticamente estaba a punto de caer Cartagena. Los sectores más conservadores y los monárquicos, que sólo le apoyaron para acabar con la insurrección cantonal, y así acabar con la República, criticaron duramente al Gobierno y Castelar es derrotado en la moción de confianza. Cuando se celebraba la votación para designar a un nuevo gobierno, el General Pavía disuelve las Cortes por medio de un golpe de estado, pasando a ser nuevo Jefe del Gobierno el General Serrano.
5. Conclusión.
El periodo comenzó con un golpe de Estado que se convirtió en una revolución. Todos tenían un mismo objetivo, acabar con el régimen isabelino, pero una vez conseguido aparecerán las diferencias que enfrentan a los distintos grupos políticos y sociales que apoyaron la Revolución del 68
La consolidación de un régimen liberal en España con un claro carácter democrático se identifica con la figura del general Prim. La labor realizada por el jefe del Gobierno para conseguir unos objetivos establecidos, provocó que muchos se volvieran contra él. A pesar de tener ideas opuestas, coincidirán en eliminar a quien se ha convertido en una amenaza para sus intereses.   
Con el golpe de Estado de Pavía termina la I República, puesto que el régimen autoritario de Serrano, que durará casi un año, no es más que un periodo de transición hasta la restauración alfonsina. La República había sido un fracaso porque no tenía apoyos reales como régimen. Cada sector que se definía como republicano entendía cosas muy distintas al hablar de república. Los planteamientos radicales, revolucionarios e intransigentes de los campesinos, los dirigentes de la AIT y los federalistas acabaron por atemorizar a la mayoría de los grupos burgueses, los únicos que hubieran podido consolidar el régimen con su apoyo.